lunes, 16 de septiembre de 2013

La energía “de los buenos” y la energía “de los malos”


En diferentes instancias, y cada vez con más fuerza, se ha venido instalando en el país una interesante discusión respecto al futuro energético de Chile, y que se ha enfocado principalmente en el tipo de tecnología que debiese utilizarse para la generación de electricidad durante los próximos 20 a 30 años.
Es común, por tanto, encontrar en estas discusiones a defensores y detractores de la energía nuclear, de las energías renovables no convencionales, de las hidroeléctricas a gran escala, o de aquellas tecnologías térmicas que utilizan fuentes fósiles como el carbón y el diésel -por citar solo algunas-, teniendo presente que todas ellas apuntan a un mismo fin: obtener energía eléctrica de forma segura, a precios razonables y con el menor impacto ambiental posible.

Así, los espacios de intercambio de ideas tales como foros universitarios, seminarios, editoriales de periódicos y columnas de opinión se han llenado de cálculos, cifras, estadísticas, datos y una variada cantidad de argumentos a favor o en contra de las tecnologías señaladas. Con ello, cada actor valida sus puntos de vista y plantea sus legítimas diferencias con otras posturas. Y hasta ahí, todo bien.
Sin embargo, esta sana y necesaria tradición republicana de debatir respetuosamente sobre el futuro del país, sobre todo en materia energética, cambia radicalmente su amable cariz cuando se ha dado paso a la soberbia respecto de la opinión propia y al menosprecio de la opinión contraria.

He podido presenciar cómo en diferentes debates sobre energía y futuro, afloran los adjetivos y (des)calificaciones a personas que proponen una u otra opción tecnológica para la generación de electricidad a gran escala, sin considerar que la discusión bajo un marco de respeto es esencial para la toma de decisiones. Y lo anterior se torna aun peor si se le suma cierta arrogancia en las opiniones que emitimos, motivada malamente por nuestros grados académicos o por los calificativos de “especialista” o “experto” en energía. 

Para ejemplificar, basta referirse a cómo durante este último tiempo se ha producido una verdadera caza de brujas para quienes fomentan la gran hidroelectricidad, la energía nuclear de potencia o las tecnologías basadas en fuentes fósiles. Y para quienes se inclinan por el uso de fuentes de energías renovables no convencionales el panorama tampoco ha sido muy amable: se han convertido en el blanco de calificativos que muchas veces ridiculizan su principal y valioso argumento, como es la preocupación por el medioambiente.

Un claro ejemplo de esto lo he visto en  el marco del festival Lollapalooza en el pasado mes de abril, donde Colbún, una de las empresas que participa del proyecto Hidroaysen, se comprometió con el financiamiento necesario para compensar toda la huella de carbono que generaría el espectáculo. Sin embargo, grupos ambientalistas que también participaban de este encuentro musical, y radicalmente opositores al proyecto hidroeléctrico, señalaron que retirarían su presencia en dicho festival como protesta a la presencia de Colbún. En otras palabras, “o ellos o nosotros, pero no juntos”. Finalmente, Colbún optó por retirarse, y el festival no fue un espectáculo carbono neutral.

Está claro que la discusión con ese tipo de dinámica confrontacional e intransigente no nos ayudará a superar nuestras dificultades energéticas. Lo relevante debería ser el concepto de bien superior que debe primar, lo que implica definir las tecnologías con sus bondades e inconvenientes, tanto desde el punto de vista técnico como económico, pero no por ello calificarlas de  “buenas” o “malas” per sé, ni mucho menos referirnos a la energía “de los buenos” o “de los malos”. Dejarse llevar por ese ánimo antagónico es nocivo para un país que requiere tomar decisiones hoy para  no estar complicado mañana. Por ende, lo que se necesita es una discusión de política energética, donde el aspecto tecnológico pasa a ser una importante variable, pero no el centro del debate.

No hay certeza aún de quién o qué entidad podría conducir este proceso de recoger ideas y opiniones para generar una visión común y concebir un plan conducente a su logro, aunque todo indica que ese rol debería tomarlo el Ministerio de Energía, lo que representa un desafío no menor para esa cartera ya que debe moderar el tono y la dinámica que ha tomado el debate, considerando que en los asuntos de importancia lo que importa es la forma.

martes, 13 de agosto de 2013

¿Qué hacemos con la leña?


El tema es grave y preocupante.

Las imágenes que hemos visto los últimos días por televisión de lo que ocurre en Osorno y Temuco,  donde estas ciudades aparecen cubiertas con una espesa capa de material particulado, son simplemente dantescas. Y cuesta explicarse cómo los habitantes de esos lugares, particularmente niños y adultos mayores, pueden realizar sus actividades cotidianas expuestos a esos niveles de contaminación.

Los daños que produce la inhalación permanente de material particulado a la salud de las personas pueden ser incalculabes y, en algunos casos, llegar a producir enfermedades respiratorias y cardiovasculares como cáncer al pulmón, e incluso la muerte. Además, esta problemática incrementa de forma sustantiva los costos que debe asumir el sistema público de salud, debido al aumento significativo de consultas por enfermedades respiratorias, lo que pone mayor presión al presupuesto nacional destinado a la atención primaria de la población.

A modo de ejemplo, según mediciones realizadas recientemente en ambas ciudades por el Centro de Sustentabilidad de la Universidad Andrés Bello, la emisión de material particulado fino (PM 2.5) está excedido en 3,2 veces por Osorno y en 2,8 veces por Temuco, en relación con el nivel máximo permitido por la normativa nacional vigente. Y si se consideran las directrices de la Organización Mundial de la Salud para las emisiones de este material, los límites se sobrepasan en más de 6 veces.


Ahora bien, la principal fuente de ese material particulado es la combustión de biomasa, particularmente leña, que se utiliza de manera permanente durante el año como fuente de energía para la cocción de alimentos, y cuyo consumo aumenta de manera dramática en invierno, debido a las necesidades de calefacción de sus habitantes, produciendo los efectos devastadores ya conocidos.

Y la situación es crónica, pues año tras año la población enfrenta el mismo escenario.


Al respecto, muchos de nosotros, que no vivimos en esas ciudades, tendemos a pensar que este preocupante escenario cambiaría si, en el corto plazo, las personas reemplazaran los artefactos que funcionan a leña por otras tecnologías domiciliarias menos contaminantes para la preparación de alimentos o para calefacción, como cocinas a gas natural o estufas eléctricas. Y también creemos que medidas como prohibir el uso de leña en esos lugares mejoraría esta realidad, ya que las personas se verían obligadas a cambiar de tecnología. Todo esto suena bien, pero lejano de la realidad, desconocida para los habitantes de Santiago, por ejemplo.

Tratar de reemplazar totalmente el uso de la leña en ciudades como Osorno, Temuco y otras del sur de Chile es una tarea casi tan difícil, como prohibir que los uruguayos consuman mate. Y ello se debe principalmente a un fuerte arraigo cultural en el uso de este energético, que ha derivado en que las actividades de compra y venta de leña respondan a todas las características propias de un mercado: existe el producto (leña) de diversa calidad, hay compradores y vendedores (formales e informales) de distinta envergadura, y existe un pronunciado comportamiento estacional en los meses de otoño e invierno. Para muchas familias, incluso, una importante (y a veces única) fuente de ingresos proviene de la venta de leña, por lo que prohibir su comercialización produciría impactos incalculables en algunas economías domésticas, más aun si se considera que es un energético al que gran parte de la población accede por su bajo precio y fácil utilización.

A lo anterior hay que agregar el costo de reemplazo de artefactos, ya que cambiar una cocina a leña o una estufa de combustión lenta por otros artefactos implica una inversión no menor, sobre todo para las personas con menos ingresos.

Frente a este complejo panorama, parece ineludible la intervención decidida del Estado en la tarea de sacar a estas ciudades de su grave situación ambiental por el uso indiscriminado de leña, mucha de ella de dudosa calidad y con cantidades importantes de humedad.

Es urgente que se tomen medidas permanentes respecto a esta situación, mediante programas o iniciativas concretas que cuenten  con financiamiento público. Tal vez sea mucho menor el costo social de subsidiar en forma directa el reemplazo de cocinas y estufas en las casas (que favorecen a varios al mismo tiempo), en vez de pagar el aumento explosivo de atenciones de enfermedades respiratorias en el sistema público de salud (que tiene que realizarse persona a persona).



La precariedad energética domiciliaria, entendida como el uso de energéticos y tecnologías poco eficientes y altamente contaminantes, debe ser motivo de preocupación para el país si queremos avanzar hacia un desarrollo conjunto. Sin ir más lejos, desde el punto de vista energético, en Chile, a nivel domiciliario, el año 2011 se consumió 4 veces más energía en biomasa y leña que su equivalente en electricidad, y que corresponde a 2 veces la energía eléctrica consumida por la minería del cobre a escala nacional. Sin embargo, parece que esos datos no han estado presentes en los análisis de los tomadores de decisión.



(columna publicada en Revista Energía, www.revistaenergia.cl)

lunes, 9 de abril de 2012

La Identidad de Kaya


La primera vez que escuché mencionar "La Identidad de Kaya", imaginé que se trataba de una historia con características épicas o mágicas, de esas que no solo maravillan a quienes gustan de este tipo de relatos, sino que también dejan una enseñanza o moraleja a quien las lee o escucha. Por tanto, apenas escuché el término, puse toda mi atención a descubrir de qué se trataba.

La verdad, no era nada de lo que imaginé. Ni siquiera parecido o cercano.

Sin embargo, al enterarme en qué consistía, no me decepcioné. Muy por el contrario: me pareció fascinante.

La citada "Identidad de Kaya", definida por los japoneneses Yoichi Kaya y Keiichi Yokobori, en su libro del año 1999  "Environment, Energy, and Economy: strategies for sustainability" ("Medio Ambiente, Energía y Economía: estrategias para la sostenibilidad"), es una expresión que permite conocer cómo interactúan 3 variables clave en temas energéticos para un país o zona geográfica cualquiera, y su impacto en las emisiones de CO2. Estas variables son:
  • el consumo de energía propiamente tal (E),
  • el desarrollo, medido a tráves del Producto Interno Bruto (PIB), y
  • la población o cantidad de habitantes (P)
Estas variables son relacionadas por los autores mediante una simple pero interesante fórmula (y que constituye la "Identidad de Kaya"):


Desde el punto de vista matemático, esta expresión señala que "las emisiones de CO2 son directamente proporcionales a la población (P), al ingreso per cápita (PIB/P), a la intensidad energética (E/PIB) y a las emisiones de CO2 en proporción al consumo de energía (CO2/E)". Pero lo interesante de la expresión es que cada término puede analizarse separadamente, ¿como? Veámoslo a continuación:

P: corresponde a la población en la zona geográfica bajo estudio en un momento dado. No requiere mucho análisis.

PIB/P: es el ingreso per cápita. Puede describirse, en términos simples, como la riqueza que produce la zona geográfica bajo estudio, en relación al total de personas que viven ahí. Su intepretación es que mientras más elevado sea el valor del PIB, mayor ingreso tendrán las personas y, por ende, mejor calidad de vida (sin considerar distorsiones como la mala distribución del ingreso, por ejemplo). Por el contrario: a menor ingreso per cápita, menos desarrollo económico y menos calidad de vida. Es decir, es deseable un ingreso per cápita elevado.

E/PIB: es la Intensidad Energética. Se interpreta como la cantidad de energía que utiliza la región analizada para producir US$ 1 de riqueza, y podría relacionarse, de alguna manera, con la eficiencia energética. Es decir, mientras más baja sea el consumo energético, y mayor la cantida de riqueza producida, mayor eficiencia en uso de la energía.

CO2/E: se define como el Índice de Carbonización, y que no es otra cosa que las toneladas de CO2 emitidas a la atmósfera, en relación con la cantidad de energía utilizada (siempre pensando en la región de interés), o en otras palabras, qué tan limpia es el área bajo estudio en la medida que utiliza energía; así, a menor valor del este factor, menos contaminante es la zona.

Ahora bien, dado que estos factores pueden analizarse para un momento determinado, como por ejemplo un año específico, también pueden ser estudiados a lo largo de un intervalo significativo de tiempo, a través de una gráfica, para ver cuál es su comportamiento histórico.

Veamos el caso de Chile. Al utilizar datos del Banco Mundial, es posible ver el comportamiento del Ingreso per Cápita, de la Intensidad Energética y del Índice de Carbonización, los que se muestran en la Gráfica1.

(haz clic en la imagen para agrandar)


Veamos el comportamiento de cada variable por separado:
  • La línea amarilla representa el incremento de la población. Como puede apreciarse, éste ha sido sostenido en el tiempo, pero a un ritmo no muy acelerado. 
  • La línea azul representa el Índice de Carbonización, el que no ha presentado una variación significativa durante el período 1980 - 2008. Es decir, las emisiones de CO2 respecto a la cantidad de energía que utilizamos se han mantenido estable en el tiempo, pese a que existe un aumento sustancial de la demanda energética nacional. Ello puede deberse a la importante participación de hidroelectricidad en la matriz nacional de energía, la que durante su operación es prácticamente nula en cuanto a emisiones.
  • La línea verde representa la Intensidad Energética. El comportamiento de ésta permite aproximarse a la conclusión de que, para producir riqueza en el país, estamos siendo más eficientes en términos del uso de la energía. Como se ve, la tendencia es a la baja, lo que es un buen síntoma.
  • La línea roja representa el PIB per cápita. Es notorio que esta variable es la que mayor variación posee a lo largo de los años entre todas los términos bajo estudio. Se ha incrementado casi 5 veces desde el año 1980 a la fecha, lo que es un excelente indicador para el país.
 Ahora bien, al multiplicar año a año el resultado de las 4 variables anteriores, tal como propone la Identidad de Kaya, se obtiene como resultado las emisiones de CO2 para el país, lo que se representa en el gráfico con la línea negra. Como puede apreciarse, salvo en el período 1999 - 2001, se ha producido un incremento constante en las emisiones de CO2, lo que nos deja en una pésima posición como país que aspira al desarrollo sin preocuparse del medioambiente.

Pero, ¿cuál será el factor que incide en ese aumento progresivo del CO2? Si miramos la gráfica de nuevo, nos podremos dar cuenta de que el mayor ingreso per cápita podría explicar, bajo el enfoque de Kaya, que Chile contamine cada vez más. En efecto, de todas las variabes descritas, es la que mayor tasa de crecimiento tiene, y por ende, mayor incidencia en las emisiones de CO2.

Pero vayamos más allá. ¿En qué se relaciona para el caso de Chile una mayor riqueza con mayor contaminación? En que cuando mayor es el bienestar económico de las personas, éstas tienden a adquirir más bienes de consumo durable, como línea blanca, televisores de última generación, automóviles tipo 4x4 (de gran cilindrada), teléfonos inteligentes y un sin fin de productos, y todos ellos, o su gran mayoría, deben utilizar energía para su fabricación, para su transporte y para su utilización.


No es de extrañar, por tanto, que tengamos un mayor aumento de CO2 al elevar nuestro consumo de bienes, dado lo descrito en la última parte del párrafo anterior. Por ello, es necesario siempre preguntarse sobre si existe la necesidad real de adquirir tal o cual producto en la medida que nuestros ingresos aumentan, aun cuando es razonable que aspiremos de manera continua a acceder a mejor calidad de vida a través de esos bienes.
 
Por tanto, mantener un comportamiento de consumo dentro de lo racional no solo significará un ahorro para nosotros, sino que también se traducirá en un aporte a la disminución de emisiones de CO2 al medioambiente, en una reducción del impacto del calentamiento global, y a mejorar las perspectivas sobre un eventual cambio climático. Como ves, es responsabilidad de todos nosotros.

La "Identidad de Kaya". Fascinante, ¿no?

miércoles, 28 de marzo de 2012

Construcción Sustentable: Una GRAN oportunidad para Chile

El Gobierno, a través de su "Estrategia Nacional de Energía 2012 - 2030", ha dado a conocer diversas líneas de acción en materia energética, con el objeto de abordar los desafíos que el país tiene en este complejo tema  (aunque, como señalé en una entrada anterior, corresponde más bien una estrategia sobre el fortalecimiento del sector eléctrico que a una mirada integral sobre la solución al problema energético en Chile)

En la mencionada Estrategia se hace referencia al llamado "Plan de Acción de Eficiencia Energética 2012-2020 (PAEE20)", el que propone "incorporar elementos de eficiencia energética en los distintos sectores productivos" para alcanzar una meta de ahorro de 12% en la demanda energética (¿primaria? ¿eléctrica?) al año 2020.  Así, este plan señala específicamente en materia de edificación que, "incluyendo la vivienda social, se buscará mejorar la calidad energética de la envolvente en edificaciones construidas sin criterios de EE, realizar su diseño con altos estándares de EE, llevar a cabo la oferta de productos y servicios de construcción con criterios de eficiencia, etc."

Por lo expuesto, concluyo que las construcciones podrían llevar alguna especie de sello o etiqueta que indique cuán energéticamente eficientes son, bajo algún estándar definido al efecto. Pero creo que se debe ser bastante cuidadosos al momento de definir el "qué" se va a medir para determinar si una edificación es o no eficiente desde el punto de vista energético.

Partamos por lo simple: ¿qué entendemos por eficiencia energética de una edificación? Tal vez no lleguemos a un concenso sobre la respuesta, y no me interesa proponer ni discutir acá una definición académica en la materia. Sin embargo, comparto contigo un experimento que hice: formulé la pregunta anterior a varios familiares y amigos que no están relacionados con el tema energético, y todos, de alguna u otra forma, relacionaban la eficiencia energética de las edificaciones con la operación diaria, es decir, miraban solamente el día a día del edificio en cuanto a consumo de electricidad y uso de agua, lo que es bastante lógico (después de todo, lo que buscan mis familiares y amigos -e incluso yo- es el ahorro en la cuenta de fin de mes). Como señalé, las respuestas de las personas se orientaban a temas como uso eficiente de electricidad, ahorro de agua y uso de paneles solares, por nombrar algunas iniciativas. Pero lo medular de esto no son sólo las medidas específicas que me sugirieron para hacer más eficiente una edificación; lo realmente primordial, estimo, es la mayor o menor amplitud de la mirada que se tiene sobre la edificación sustentable. Es decir, la mayoría de nosotros fijamos la atención en la operación diaria del edificio para determinar aspectos de eficiencia energética, pero muy pocos miran lo que pasa durante el ciclo de vida completo de la edificación, y que comprende desde la energía utilizada para la extracción de insumos y materias primas para la construcción del inmueble, hasta su posterior demolición y eventual reciclaje de materiales una vez que ha cumplido su vida útil.

Para explicarme mejor, voy a hacer referencia a un par de cifras. En la Tabla 1 se muestra la cantidad de energía contenida por kilógramo de algunos materiales de construcción, considerando toda su vida útil (las cantidades pueden variar según la metodología de cálculo) Como se aprecia, los consumos por cada kilo de material no son despreciables.

Tabla 1 (haz clic en la imagen): Consumo energético por unidad de masa (MJ/kg) para diferentes materiales de construcción.
 
Ahora bien, haciendo un ejercicio muy simple, si se consideran las cifras anteriores y se multiplican por las cantidad de cada material utilizado en la construcción de casas y edificios, se obtendrá una primera aproximación sobre la energía total utilizada en su construcción. Y créeme, no es menor.

Así, podría haber edificaciones que durante su utilización diaria no consuman mucha energía. Pero, ¿qué ocurre con la energía contenida en los materiales utilizados para su construcción, los que debieron extraerse y transportarse hasta el lugar de construcción? Tal vez la energía contenida en los materiales utilizados supere con creces los ahorros generados por la operación del edificio, lo que en un balance energético daría números rojos. De ser así, la idea de "edificación sustentable" basada exclusivamente en el uso del inmueble no sería muy "sustentable" que digamos.

 ¿Y adónde quiero llegar con todo esto? A que, en mi humilde opinión, un programa de etiquetado del consumo energético de edificaciones debe considerar el ciclo de vida completo de éstas, desde la extracción de materiales (incluyendo su transporte) hasta la demolición, e incorporando obviamente su operación, sin que sea este último factor el único que preondere para la creación de este estándar de etiquetado.

Pero para que ello sea posible, es necesario que el Estado sea capaz de establecer una legislación que no solo tipifique y evalúe adecuadamente a cada edificación según su eficiencia energética. Se debe ir más allá. Y para eso es clave que la ley contemple mecanismos que faciliten la entrega de información por parte de las inmobiliarias, constructoras y empresas dedicadas a la extracción y movimiento de materiales en relación con la energía que utilizan para sus operaciones. Ello no sólo permitiría contar con un programa de etiquetado que considere una mirada integral a la edificación, sino que también será un aliciente a las empresas del rubro para mejorar sus procesos en cuanto al uso de energía se refiere, y mejorar la competencia entre ellas, con los beneficios que ello tiene para los usuarios y especialmente para el país, más aun si se considera la posible reducción de nuestras emisiones y el posicionamiento que logremos en el concierto internacional en esta materia.

Es decir, esta podría convertirse en una GRAN oportunidad para Chile.


PS: Te dejo un artículo de interés, por si quieres profundizar más en el tema. Realmente te soprenderás con algunas cifras. Léelo aquí.

sábado, 17 de marzo de 2012

Una primera mirada sobre la Estrategia Nacional de Energía


Hace un par de semanas, el Presidente Piñera mostró al país la "Estrategia Nacional de Energía 2012 - 2030", un documento elaborado por el Ministerio del ramo en donde se destacan diversos aspectos que definirían, en teoría, la hoja de ruta que el país seguirá durante los próximos años para contar con una matriz energética "limpia, segura y económica", según lo señalado ahí. Al leerlo, eché de menos algunas cosas que, estimo, son vitales para una adecuada planificación energética nacional. Comparto con Uds. solo tres elementos.

En primer lugar, me hubiese gustado que este plan tratase sobre una estrategia energética integral para el país, y no que abordase solo lo relacionado con el desarrollo del mercado eléctrico. Para explicarme mejor, pongo un ejemplo: en los hogares del sur de Chile se hace un intenso uso de leña para cocinar y para calefacción. Lo anterior no sólo se debe a sus más que aceptables propiedades caloríficas para dichos fines, sino que también a su disponibilidad y acceso a precios razonables, incluso para las familias más pobres. De esta forma, la leña ha llegando a convertirse en una variable de gran importancia para las economías domésticas en el sur del país, pasando a formar parte del presupuesto familiar. Sin embargo, y pese a su relevancia, este tipo de energético no fue considerado en la citada Estrategia (sólo como dato, el año 2010 el sector residencial del país consumió el equivalente a 29.801 kcal de biomasa/leña, versus el equivalente a 8.048 kcal de electricidad... ¡más del triple!). Como señalé en una entrada anterior, la adecuada planificación energética impacta directamente en la forma en que un país se mueve hacia el desarrollo.

Lanzamiento de la tan esperada
"Estrategia Nacional de Energía 2012 - 2030".
Lo segundo que extrañé en el documento guarda relación con las metas reales que debieran estar presentes en todo plan, cualquiera que éste sea. Si mal no recuerdo, lo único que vi como desafío concreto es el logro de un 12% de reducción de la demanda energética al año 2020 (aunque el plan es al año 2030) Y me surgieron preguntas como "¿de dónde habrá salido ese 12%?", "¿por qué no 15%, o 20%... o 10%?", y tal vez la más importante: "¿cómo se repartirán los esfuerzos entre los diferentes consumidores de energía para conseguir esa meta?" (porque digámoslo: no causa el mismo impacto en el consumo nacional de energía la disminución que logre alcanzar un hogar cualquiera, versus el impacto en la reducción de la intensidad energética en la gran minería, por citar un caso) Pero el tema es más general que lo relacionado sólo con la disminución del consumo: no pude encontrar plazos concretos para el logro del conjunto de medidas que se proponen, ni magnitudes de ningún tipo que permitan dilucidar cuán ambicioso es el plan. El solo hecho de haber incorporado fechas límite para cada acción habría sido bastante orientador, ya que serán varios gobiernos y actores los que deberán proseguir con la Estrategia, y cada uno deberá aportar con algo para su logro.


 Por último, y muy relacionado con lo anterior, es lo concerniente a cuál será el compromiso medioambiental del país en cuanto a la fijación de cuotas futuras para la emisión de Gases de Efecto Invernadero (GEI), aspecto fundamental en cualquier estrategia energética nacional. Son varios los países desarrollados que en su política energética han asumido compromisos tendientes a reducir sus emisiones de GEI, fijando metas concretas para los próximos años. Tal es el caso de Europa, que con su "Estrategia 20-20-20" pretende reducir en un 20% sus emisiones hacia el año 2020, denotando un compromiso medioambiental claro e inequívoco, y sobre el cual se implementan nuevas políticas para ese logro. Una de ellas podría ser la incorporación de impuestos ambientales a productos que ese continente importe, en una magnitud directamente proporcional a su huella de CO2. Y si ese fuera el caso, ¿qué pasaría con Chile y su actual economía basada principalmente en la exportación de materias primas? Pues bien, es difícil de dilucidar el impacto que eso tendría sobre nuestras exportaciones, pero podemos hacer una aproximación con el siguiente dato: en el período 1998 - 2008 las emisiones per cápita de todos los países de la OECD disminuyeron en 4,4%, mientras que para Chile, durante el mismo período, aumentaron en un 9,9% (y la tendencia sigue siendo al alza). Sin duda alguna, la competitividad del país y su desarrollo se podrían ver muy afectados por esta política europea... y eso requiere acciones concretas de nuestra parte, las que podrían partir, por ejemplo, con una meta para las emisiones de CO2.

Son muchos más los tópicos que podrían abordarse sobre el documento y su intención, pero el espacio es limitado. Solo quiero terminar este posteo señalando que la planificación energética integral de largo plazo es necesaria hoy mas que nunca, sobre todo para Latinoamérica y el Caribe. El hecho de fijar una carta de navegación, como es la "Estrategia Nacional de Energía 2012 - 2030" es un avance significativo para Chile, y da luces de dónde se enfocarán los esfuerzos para su consecución, pese a que, en mi humilde opinión, aun quedan muchísimos cabos sueltos en la materia y todos de gran relevancia para el país.

miércoles, 14 de marzo de 2012

La importancia de la Estrategia Energética para el desarrollo de los países

"Chile necesita energía" es una declaración que hemos escuchado hasta el cansancio, desde diversos sectores y por variados personajes, cada uno con sus matices, claro está. Sin embargo, yo declaro que "Chile necesita una política energética y un plan estratégico para materializarla". Claro, puede sonar obvio y repetido. Pero no lo es tanto. Y déjenme decirles por qué.


Cuando un país planifica -seria y adecuadamente- su futuro energético, no sólo es capaz de superar problemas como el desabastecimiento o la inestabilidad en sus sistemas de transmisión (tan conocidos por Chile), sino que también puede influir de forma directa, consciente y positiva en su desarrollo y, por ende, en la calidad de vida de sus habitantes.

Torres de enfriamiento en una central nuclear
Un claro ejemplo de lo anterior es Corea del Sur, que en los años 70' inició un proceso de planificación energética de largo plazo, lo que permitió, junto a otros factores, pasar de un PIB per cápita de US$403 el año 1973, a la impresionante cifra de US$20.757 el año 2010. Para efectos de comparación, en Chile el mismo indicador tenía un valor de US$1.623 el año 73 (4 veces superior al del gigante asiático), pero el año 2010 nuestro país sólo alcanzó $12.431 per cápita. Como se puede apreciar, la diferencia entre ambas naciones es sustancial.

En su planificación energética, asistida por la Agencia Internacional de Energía Atómica, la principal decisión Coreana fue abrazar la energía nucleoeléctrica como opción para fomentar la producción de bienes de consumo durable. No es de extrañar, por tanto, que hoy ese país sea uno de los principales fabricantes de tecnología a nivel mundial. Televisores, automóviles y computadores, entre otros bienes de uso cotidiano -y necesarios- para muchos de nosotros, conforman el catálogo de productos que ese país ofrece al mundo.

Ahora bien, más allá de que Ud. o yo estemos de acuerdo o en desacuerdo con la utilización de la energía nuclear para el desarrollo de un país, es innegable reconocer que la decisión coreana tiene su mérito precisamente por eso: por ser una decisión nacional. Clara, rotunda y sin vacilaciones; con base en rigurosos estudios y procesos de análisis; con metas claras e inequívocas y, lo que es más importante, en concordancia con su estrategia nacional de desarrollo. Esa es la clave de su éxito.

Cartel informativo en la vía pública de Seúl sobre
el funcionamiento de una planta nuclear tipo PWR en Corea
Lo anterior es un claro ejemplo de lo que, pienso, debiéramos realizar en Chile: visualizar un escenario deseado de desarrollo y de evolución de los sectores industriales que conforman la economía del país, antes de abocarnos a la planificación energética propiamente tal. Bajo esa lógica, sería un error descartar de plano la adopción de ciertas opciones energéticas sin realizar un mayor análisis de lo que el país requiere, como ocurrió con el bloqueo a la posibilidad de implementar la energía nuclear en Chile en la "Estrategia Nacional de Energía" promulgada hace pocas semanas por el Presidente Piñera.

Créame que, si me dan a elegir, prefiero las ERNC a la energía nucleoeléctrica (por los riesgos que ésta conlleva). Pero también creo que debemos generar el espacio para discutir esta alternativa seriamente, dejando de lado las pasiones y prejuicios.

Negarse a lo anterior es como votar en contra de la "Idea de Legislar" sobre alguna materia en el Congreso, Y créame: así no avanzamos.

jueves, 23 de febrero de 2012

Integración Energética entre Argentina y Chile

El 7 de noviembre de 2010 en el sitio web del Ministerio de Energía publicó una nota señalando que el Secretario de la Cartera, Rodrigo Álvarez, se reunió con el titular de Planificación trasandino, Julio De Vido, para analizar las posibilidades de un trabajo conjunto en materia de interconexión energética entre ambos países (i). En la ocasión, se acordó la creación de un comité para analizar la materialización de esta iniciativa, enfocando su trabajo en los aspectos aduaneros y tributarios de la posible interconexión, procurando que se enmarque en un escenario económica y técnicamente viable para ambos países.

Pese a que lo anterior puede parecer una intención demasiado generalizada en materia de integración energética, los alcances de esta negociación parecen haber sido aclarados por el mismo ministro De Vido en una entrevista publicada por el Diario “La Tercera” el pasado sábado 12 de noviembre. En la ocasión, De Vido sostiene que las conversaciones con Chile se relacionan, en gran medida, con potenciar la conectividad energética existente a través de gaseoductos y oleoductos creados por “nuevos emprendimientos”. Sin embargo, el principal aspecto en cuanto a esta integración energética se relaciona con la posibilidad de que las líneas de alta tensión provenientes del proyecto HidroAysén pasen por territorio argentino en una gran extensión. De esta forma, y según puede desprenderse de la entrevista, el acuerdo consistiría, en términos generales, en permitir que el trazado de las líneas de este proyecto pase por Argentina, a cambio de que se entregue energía eléctrica al país trasandino.

De lo expuesto, puede inferirse que esta integración energética promovida entre Argentina y Chile tiene como objetivo crear un escenario de beneficio mutuo, que en el caso chileno permitiría, por una parte, destrabar la mayor complicación que encuentra el proyecto HidroAysén, cual es el trazado que debe tener el tendido de alta tensión para el transporte de la energía que genere para su posterior utilización en el país, y por otra, el acceso a combustibles fósiles provenientes del otro lado de la cordillera, los cuales Chile necesita y que no posee de manera propia, aspecto extremadamente relevante para el país, considerando que su autarquía energética en cuanto a esas fuentes es prácticamente nula.

Pese a que lo anterior supondría un gran beneficio para Chile, si se considera la posibilidad de una integración energética con Argentina, se deberá analizar una gran cantidad de variables clave para el éxito de esta iniciativa. La primera de ellas guarda relación con que ambos países, desde un principio, sinceren su situación y posiciones en dos dimensiones trascendentales: por una parte requiere que cada nación explicite tanto las proyecciones de crecimiento de su población como la evolución de sus sectores económicos, principalmente en lo que respecta a su correspondiente necesidad de consumo energético y nivel de emisiones deseado; mientras que por otra es necesario sincerar la evolución del sector energético de cada país, principalmente en lo que a disponibilidad de fuentes primarias y secundarias de energía se refiere, y a las planificaciones indicativas de mediano y largo plazo para la instalación de nuevas plantas de refinería y de generación eléctrica, lo que supone, de manera implícita, la definición de políticas energéticas. Poniendo estas dos cartas en la mesa se podría determinar, tempranamente, el escenario económico y energético en que se desarrollaría la integración, permitiendo proyectar el nivel de respaldo que el país vecino puede otorgar en cuanto a provisión de energéticos se refiere. En este mismo marco, es necesario plantear qué se pretende en términos de “imagen país”, dado que, por ejemplo, en el caso que esta integración evolucione en el tiempo, Chile podría comprar energía eléctrica a Argentina, la que podría provenir, entre otras fuentes, de las centrales nucleoeléctricas de la nación trasandina; sin embargo, el problema de la gestión de desechos nucleares sería delegado sólo a este último país, lo que podría verse como injusto si Chile solo se beneficia de esa tecnología y no de sus consecuencias asociadas, como es el tratamiento de desechos radiactivos.


Complementario a lo anterior, es necesario determinar qué tipo de integración se desea realizar en principio, y hacia dónde se debiera evolucionar, definiendo si se referirá solo a una mera interconexión que integración de mercados energéticos propiamente tal. Esta distinción es crítica, dado que en el primer caso se requerirá de la realización de inversiones tendientes al intercambio de los energéticos y de contratos que regulen la provisión de esas fuentes, lo que si bien es cierto posee sus propias complejidades, permite mantener diferenciación de precios de energéticos entre países, lo que representa una variable menos a considerar en el análisis. Sin embargo, si se opta por una integración de mercados energéticos el tema es mucho más complejo, dado que ello requiere un acabado análisis en cuanto a la convergencia de precios. Esto se debe a que la estructura tarifaria energética de cada país depende tanto de variables económicas como de la estructura regulatoria en el sector eléctrico o de combustibles fósiles, las que pueden variar considerablemente entre una realidad y otra, haciendo muy difícil una integración de mercados propiamente tal. Por ejemplo, en el caso de que se realice una interconexión radial sin integración de mercados, se debería aplicar una discriminación de precios de tercer grado, pues de lo contrario Argentina, como país exportador en el caso de hidrocarburos, experimentaría incrementos de precios en sus mercados domésticos por cuenta de las exportaciones que realice a Chile. Como un ejemplo de ello se destaca la diferencia de precios que existe en el caso de la electricidad, que en nuestro país, para un consumo de 150 kilowatt/hora (KWh), cuesta US$ 180 por megawatt/hora (MWh), mientras que ese mismo consumo es 66% más barato en Argentina (considerando un promedio de tres zonas urbanas) (ii).