jueves, 23 de febrero de 2012

Integración Energética entre Argentina y Chile

El 7 de noviembre de 2010 en el sitio web del Ministerio de Energía publicó una nota señalando que el Secretario de la Cartera, Rodrigo Álvarez, se reunió con el titular de Planificación trasandino, Julio De Vido, para analizar las posibilidades de un trabajo conjunto en materia de interconexión energética entre ambos países (i). En la ocasión, se acordó la creación de un comité para analizar la materialización de esta iniciativa, enfocando su trabajo en los aspectos aduaneros y tributarios de la posible interconexión, procurando que se enmarque en un escenario económica y técnicamente viable para ambos países.

Pese a que lo anterior puede parecer una intención demasiado generalizada en materia de integración energética, los alcances de esta negociación parecen haber sido aclarados por el mismo ministro De Vido en una entrevista publicada por el Diario “La Tercera” el pasado sábado 12 de noviembre. En la ocasión, De Vido sostiene que las conversaciones con Chile se relacionan, en gran medida, con potenciar la conectividad energética existente a través de gaseoductos y oleoductos creados por “nuevos emprendimientos”. Sin embargo, el principal aspecto en cuanto a esta integración energética se relaciona con la posibilidad de que las líneas de alta tensión provenientes del proyecto HidroAysén pasen por territorio argentino en una gran extensión. De esta forma, y según puede desprenderse de la entrevista, el acuerdo consistiría, en términos generales, en permitir que el trazado de las líneas de este proyecto pase por Argentina, a cambio de que se entregue energía eléctrica al país trasandino.

De lo expuesto, puede inferirse que esta integración energética promovida entre Argentina y Chile tiene como objetivo crear un escenario de beneficio mutuo, que en el caso chileno permitiría, por una parte, destrabar la mayor complicación que encuentra el proyecto HidroAysén, cual es el trazado que debe tener el tendido de alta tensión para el transporte de la energía que genere para su posterior utilización en el país, y por otra, el acceso a combustibles fósiles provenientes del otro lado de la cordillera, los cuales Chile necesita y que no posee de manera propia, aspecto extremadamente relevante para el país, considerando que su autarquía energética en cuanto a esas fuentes es prácticamente nula.

Pese a que lo anterior supondría un gran beneficio para Chile, si se considera la posibilidad de una integración energética con Argentina, se deberá analizar una gran cantidad de variables clave para el éxito de esta iniciativa. La primera de ellas guarda relación con que ambos países, desde un principio, sinceren su situación y posiciones en dos dimensiones trascendentales: por una parte requiere que cada nación explicite tanto las proyecciones de crecimiento de su población como la evolución de sus sectores económicos, principalmente en lo que respecta a su correspondiente necesidad de consumo energético y nivel de emisiones deseado; mientras que por otra es necesario sincerar la evolución del sector energético de cada país, principalmente en lo que a disponibilidad de fuentes primarias y secundarias de energía se refiere, y a las planificaciones indicativas de mediano y largo plazo para la instalación de nuevas plantas de refinería y de generación eléctrica, lo que supone, de manera implícita, la definición de políticas energéticas. Poniendo estas dos cartas en la mesa se podría determinar, tempranamente, el escenario económico y energético en que se desarrollaría la integración, permitiendo proyectar el nivel de respaldo que el país vecino puede otorgar en cuanto a provisión de energéticos se refiere. En este mismo marco, es necesario plantear qué se pretende en términos de “imagen país”, dado que, por ejemplo, en el caso que esta integración evolucione en el tiempo, Chile podría comprar energía eléctrica a Argentina, la que podría provenir, entre otras fuentes, de las centrales nucleoeléctricas de la nación trasandina; sin embargo, el problema de la gestión de desechos nucleares sería delegado sólo a este último país, lo que podría verse como injusto si Chile solo se beneficia de esa tecnología y no de sus consecuencias asociadas, como es el tratamiento de desechos radiactivos.


Complementario a lo anterior, es necesario determinar qué tipo de integración se desea realizar en principio, y hacia dónde se debiera evolucionar, definiendo si se referirá solo a una mera interconexión que integración de mercados energéticos propiamente tal. Esta distinción es crítica, dado que en el primer caso se requerirá de la realización de inversiones tendientes al intercambio de los energéticos y de contratos que regulen la provisión de esas fuentes, lo que si bien es cierto posee sus propias complejidades, permite mantener diferenciación de precios de energéticos entre países, lo que representa una variable menos a considerar en el análisis. Sin embargo, si se opta por una integración de mercados energéticos el tema es mucho más complejo, dado que ello requiere un acabado análisis en cuanto a la convergencia de precios. Esto se debe a que la estructura tarifaria energética de cada país depende tanto de variables económicas como de la estructura regulatoria en el sector eléctrico o de combustibles fósiles, las que pueden variar considerablemente entre una realidad y otra, haciendo muy difícil una integración de mercados propiamente tal. Por ejemplo, en el caso de que se realice una interconexión radial sin integración de mercados, se debería aplicar una discriminación de precios de tercer grado, pues de lo contrario Argentina, como país exportador en el caso de hidrocarburos, experimentaría incrementos de precios en sus mercados domésticos por cuenta de las exportaciones que realice a Chile. Como un ejemplo de ello se destaca la diferencia de precios que existe en el caso de la electricidad, que en nuestro país, para un consumo de 150 kilowatt/hora (KWh), cuesta US$ 180 por megawatt/hora (MWh), mientras que ese mismo consumo es 66% más barato en Argentina (considerando un promedio de tres zonas urbanas) (ii).